viernes, 17 de febrero de 2023
Asumir las adicciones
Esto de la bicicleta engancha. Te crea poco a poco una necesidad creciente, muchas veces incontenible, de sumergirte en el placer de pedalear por el mero hecho de hacerlo o por evadirte. Como cualquier droga. Aquí también tiene que haber una reacción química que se produce en tu cerebro cuando consumes habitualmente bicicleta y esto no es nada, nada, fácil de controlar. Es indiscutible que pedalear produce alucinaciones, te surgen aventuras que no habías imaginado, se te ocurren ideas insólitas, encuentras soluciones a problemas irresolubles o piensas en propuestas descabelladas. Dicen los expertos, aunque por ahora no está científicamente demostrado, que esto es debido a las endorfinas que se generan habitualmente en nuestro cuerpo con el ejercicio físico. Dicen también que estas siustancias actúan como un opiáceo, creando una sensación de felicidad. Es fácil caer en la tentación porque como el resto de las drogas la bicicleta resulta ser una forma placentera de evasión ante situaciones vitales. Pues una maravilla. Nos alegra el carácter, vamos colocados, no es dañino y encima ¡gratis!
Hay efectos secundarios en el pedaleo que pueden explicar ese bienestar que produce el hábito de consumir bicicleta. Ciertamente se genera una hiperventilación propiciada por el ejercicio, una mayor cantidad de oxígeno llega al cerebro y lo estimula, cosa que no ocurre cuando uno está sentado en el sofá. Esto explica que la bicicleta sea adictiva, pero por suerte se trata de una adicción más o menos controlada, que normalmente no genera graves síntomas de abstinencia y que no tiene ningún efecto nocivo. Todo lo contrario: no hace mal a nadie, mejora la condición física, no envenena el cuerpo ni el aire, respeta el entorno por el que se transita y encima sirve para pasarlo sensacional. Hay que reconocerlo: la biciadicción está haciendo estragos y ha llegado para quedarse.
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